Ay, mamá, a esa Cumbre yo no voy más. Por Alberto Abreu Arcia

El presente artículo examina un grupo de incorfomidades y tensiones que suscitó entre los activistas antirracistas cubanos el panel “Las islas que se vacían. El caso de Cuba” durante la recién concluida Cumbre Afrodescendiente de Puerto Rico.

Para Isnalbys Crespo

Mayra Santos-Febres es la escritora afrolatinoamericana que más admiro. Por esos misterios que tiene la Literatura y que solo la Literatura entiende, desde hace casi seis años sus personajes y yo sostenemos una relación entrañable. En la intimidad de mi cuarto, en mis flirteos nocturnos he dialogado con ellxs como si fuéramos grandes amigos. He vivido sus vidas. Hemos discurrido largamente sobre nuestros propios (mismos) demonios y fantasmas. Me he alejado de ellos. He abandonado sus libros en el rincón más ocuro y polvoriento de mi habitación para a los pocos días, como un adicto, retomarlos. Mis textos de ficción, (y esta es una confesión que ningún escritor debe hacer) están cargados de guiños intertextuales a su novelística.

Sin embargo, en los últimos días he leído un post de Mayra que me ha llenado de intranquilidad y alarma. Hablo de su respuesta al artículo “Los artilugios de la metafísica en el discurso antirracista blanco” donde el activista e intelectual afrocubano Alexander Hall realiza un análisis crítico de los diferentes posicionamientos políticos y discusiones suscitadas a propósito del panel “Las islas que se vacían. El caso de Cuba” durante la recién concluida Cumbre Afrodescendiente de Puerto Rico.

La lamentable y políticamente incauta respuesta de Mayra al artículo de Hall solo se justifica a partir de su total desconocimiento de lo que ha sido durante, estas décadas, la historia del activismo antirracista en Cuba. Del complejo y denso entramado donde se entretejen no sólo discursos y prácticas simbólicas, sino también sus voces más representativas, los espacios de producción de conocimiento, el trabajo en las comunidades más desfavorecidas donde la población es predominantemente afrodescendiente. Todo un campo atravesado por una heterogeneidad de posicionamientos generacionales, epistémicos, políticos, religiosos, ideoestéticos, de género y disidencias sexuales. Los cuales, desde la diversidad de sus agendas, han devenido en un actor político importante.

Por otro lado, en Cuba el activismo sigue siendo una mala palabra. Quienes hemos venido realizando, durante décadas, esta labor desde espacios de autonomía, es decir no oficiales. Hemos tenido que pagar el costo de la exclusión y el silencio. Hemos caminado sobre el filo de una navaja.  Continuamente expuesto al escrutinio ideológico y las suspicacias políticas de los de “adentro” que nos acusan de estar al servicio de una agenda enemiga de la Revolución y los de “afuera” que nos ven como oficialistas o agentes de la Seguridad del Estado. Atormentados, vilipendiados, reprimidos, muchas veces con la participación, complicidad o anuencia de quienes ahora dicen abrazar las banderas del antirracismo. Cada uno de nosotrxs tiene su propio anecdotario de agravios no solo espirituales, intelectuales, sino también de intromisiones en nuestra vida sexual, de intentos por dañar nuestra salud mental, agresiones físicas, y también de las dobleces, simulaciones y oportunismos. (Tranquilxs, no se sobresalten que no voy a mencionar nombres. Es más bien, como le gustaba decir a mi mamá: “un comentario de paso”). Como diría Guillén: que se avergüence el amo. Porque todo activismo es un espacio de crecimiento y continuo aprendizaje, de pérdidas y ganancias. Donde parafraseando a Hall (Stuart, no Alexander) los sujetos están inscritos en un juego de poder y exclusión, en relación no solo con lo que se es, sino también con lo que nos falta. Donde siempre hay un exceso y un margen. Cosas que se ganan y otras que se pierden.

Volviendo a “Los artilugios de la metafísica…”  La propuesta que está en el centro de la crítica que el texto formula al panel “Las islas que se vacían. El caso de Cuba” y que además suscribo; (aunque la respuesta de Santos-Febres intenta a toda costa desautorizarlo): es el derecho de las personas negrxs a pensar y hablar desde nuestros propios cuerpos racializados; sin mediaciones, ni el privilegio de enunciar y hablar por el otro que históricamente ha usurpado el letrado blanco de clase media en América Latina. En este sentido el texto de Alexander no hace otra cosa que recontextualizar uno de los debates teóricos más fructíferos e inspiradores de la escena intelectual latinoamericana de finales del siglo pasado y principios de milenio (el hablar por/ y el hablar de).  Y que involucró a pensadores y marcos disciplinarios a primera vista tan diversos como Gayatri Spivak: «Can the Subaltern Speak?», pasando por los estudios culturales y subalternos latinoamericanos, la crítica cultural (Hugo Achúgar, Ileana Rodríguez, Mabel Moraña, Jonh Bervely, Nelly Richard, Doris Sommer) hasta lo que Chucho García ha llamado las afroepistemologías y el intelectual afrocolombiano Santiago Arboleda denomina suficiencias íntimas.

Alexander Hall coloca como punto focal de su discusión la noción de soberanía intelectual de nuestras comunidades afrodescendientes, no solo como lugar de enunciación, sino también como un posicionamiento ético-político y de autonomía epistémica. El capital simbólico sobre el cual históricamente hemos venido construyendo nuestra tradición teórica y nuestros gestos de cimarronaje y desmontaje de la modernidad/racionalidad eurocéntrica. Tan indispensables para lograr nuestras metas de descolonización y liberación, de equidad y justicia.

Encuentro de afrofeministas cubanas

El texto de Hall es un escrito audaz. Como su mismo título anuncia “Los artilugios de la metafísica en el discurso antirracista blanco”, es un ejercicio incómodo y al mismo tiempo legítimo y necesario. Por cuanto deconstruye lo que a su juicio constituyen las reconfiguraciones y mutaciones del racismo en esta era del neoliberalismo. Y nos convoca a identificar y combatir las nuevas formas de discriminación y exclusión racial a menudo clamuflajeadas o travestidas en discursos y prácticas intelectuales que a primera vista intenta pasar por anti-racistas.

Frente a esta postura, el fallido escrito de Santos-Febres -amparado tras una presunta voluntad de inclusividad racial y de la necesidad de proteger a las personas no negras de cualquier “entrampamiento del que fueron objeto en el panel”- busca a toda costa minimizar y restar importancia a todo un debate sobre el blanqueamiento racial y termina por validar lo que, como bien examina Hall, no solo constituye una usurpación de nuestras voces, prácticas y luchas, sino también un acto de extractivismo epistémico. En este sentido la respuesta de Santos Febres al artículo de Hall al tiempo que intenta demoler unos entrampamientos termina colocando otros de los cuales igualmente urge preservarnos.

Por estas razones, suscribo las preocupaciones expuestas por Hall en su texto. Al tiempo que como intelectual majadero -para usar un término dilecto a Santos-Febres-, rechazo cualquier ademán, venga de donde venga, que intente dictar pautas o el deber ser de nuestra agenda antirracista y del campo cubano de la negritud y sus procesos.

Autor: afromodernidad

Intelectual afrocubano, activista contra la homofobia y la discriminación racial. En el 2007 obtuvo el premio Casa de las Américas en ensayo artístico literario por su libro Los juegos de la Escritura o la (re) escritura de la Historia. Ha publicado otros libros como: El gran mundo (cuentos), Virgilio Piñera. Un hombre una Isla (Premio UNEAC de ensayo, 2000) La cuentística de El Puente o los silencios del canon narrativo cubano (Aduana Vieja, 2016) y Por una Cuba negra. Literatura, raza y modernidad en el XIX (Editorial Hypermedia, 2017).

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